24/09/2018
Sin embargo, sobre muchas de ellas pende la espada de Damocles de la extinción desde que a mediados del siglo XX el aumento del nivel de vida de la población implicase un viraje en las formas de explotación de la ganadería que redundó en una mayor producción y en menores precios de los productos de origen animal.
Esto trajo consigo un desarrollo de la ganadería intensiva, de ciclos productivos más cortos que el modelo extensivo de toda la vida, y menos implicado con el entorno. El aumento de la competencia llevó a cruzar razas autóctonas con otras foráneas con el fin de obtener un rendimiento productivo más intenso, poniendo en peligro la supervivencia de aquellas, que siempre habían mostrado una perfecta adaptación a su entorno llegando incluso a configurarlo ellas mismas, como en el caso de la dehesa, y un magnífico aprovechamiento de los recursos que el medio ponía a disposición, así como una transformación bastante eficaz de esos mismos recursos. De las razas autóctonas han vivido miles y miles de familias a lo largo de las décadas, constituyendo en muchas ocasiones la principal fuente de riqueza de zonas rurales.
La conservación y el fomento de estos animales se convirtieron, por tanto, en tareas que las Administraciones consideraron primordial abordar.
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