17/11/2020
En una orquesta son muchos los instrumentos que participan. Sin embargo, por muy bien que toque un solista su partitura, la experiencia sinfónica puede ser desastrosa si el resto de partituras contienen errores o los instrumentos están desafinados. Y para afinarlos se necesita el trabajo conjunto de todos los miembros de esa orquesta.
Desde finales de los años 80, los ganaderos de ovino en España han tratado de afinar una técnica que, per se, se presentaba como una de las grandes revoluciones para la viabilidad de las explotaciones: la inseminación artificial (IA). En el caso del “Programa de Mejora Genética de la Raza Ovina Manchega” se empezó a utilizar la inseminación artificial en el año 1988, con algo menos de mil quinientas ovejas de dieciocho ganaderías. A partir de ahí, vino fomentando el uso de la IA entre las ganaderías colaboradoras hasta superar, a principios del año 2000, la barrera de las 30.000 inseminaciones por año. Desde entonces, salvo un año mediocre por diferentes causas, se ha mantenido con cierta estabilidad, con variaciones que han ido desde las 35.357 en el año 2010 a las 26.168 en 2018. “Creo que, al principio, la idea que arraigó con la IA entre los ganaderos fue, mayoritariamente, su justificación para la difusión de la mejora genética, tanto a nivel de los mejorantes, como de los sementales en testaje. Posteriormente, han prevalecido otras ventajas derivadas de su uso, como la conexión de los rebaños, la asignación de paternidades dirigidas, control sanitario…”, destaca Roberto Gallego, veterinario y secretario ejecutivo de la Asociación Nacional de Criadores de Ganado Ovino Selecto de raza Manchega (Agrama).
Desde la Confederación de Asociaciones de Criadores de Ovino de razas Latxa y Carranzana (Confelac) recuerdan cómo las primeras IAs se realizaron en 1984. El centro de inseminación se creó en 1989 y desde comienzos de los 90 es una herramienta que tiene un grado elevado de implantación entre los ganaderos que están dentro de su Programa de Mejora.