23/02/2021
Todas estas frases podrían estar sacadas de cualquier charla de bar o de redes sociales para referirnos a nacionalismo, inmigración o cualquier tema de política general; pero no, en este caso todas ellas se aplican a la cuestión del lobo.
El problema de convivencia del lobo y el ganado extensivo es antiguo, quizás tanto como la ganadería.
Por ponerle cifras, se estima que los cerca de 2.500 lobos presentes en la península ibérica matan cada año unas 15.000 reses, sobre todo en las comunidades autónomas al norte del río Duero.
Ponerle puertas al mar de los ataques no es sencillo ya que para un lobo siempre va a ser más cómodo atacar un rebaño que cazar animales salvajes.
Sobre el papel está la generalización de mastines, mejora de cerramientos, mayor control del rebaño, etc. Todas son técnicas que ayudan, pero no solucionan el problema de fondo.
¿Y qué hay de los seguros que cubran el valor de los animales muertos? También están ahí, pero independientemente de que cubran mucho o poco las bajas, nunca evitarán el drama de la pérdida que sufre el ganadero en cada ataque. Son sus animales los que mueren, esos animales con los que convive y que son su vida.
Lo dicho, un problema antiguo que se ha enrarecido artificialmente con la decisión de dar el visto bueno a la inclusión del lobo en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial por parte de la Comisión Estatal de Patrimonio Natural y de la Biodiversidad. Los ganaderos extensivos han visto en esta decisión gubernamental la gota que colma el vaso de su paciencia, un vaso ya muy lleno. Muchos de ellos creen que su trabajo se ha utopizado desde el medio urbano. Piensan que la gente de la ciudad se imagina demasiadas veces al pastor de una forma idealizada, bucólica, como entes rodeados de naturaleza que viven la vida sin las complicaciones ni estrés, en contraste con la vida de la gran ciudad. Seres que viven del aire.
Esa visión choca con su realidad de precios bajos, trabajo duro y falta de reconocimiento por parte de esa sociedad a la que ellos alimentan. Y no producen solo alimentos. Tampoco consideran que se valore adecuadamente su aportación al cuidado del medio ambiente. El pastoreo y el cuidado de pastos y montes modelan y preservan esos paisajes que los “urbanitas” visitan solo de vacaciones y que dan por hecho que son así.
Si a todo esto se suma una percepción sobre los movimientos ecologistas, veganos o animalistas (todos juntos en el ideario más radical) a los que muchos ven como un enemigo que ataca su forma de vida de forma permanente e incansable, tenemos un grave problema aunque no lo veamos.
Percepciones sesgadas, desconocimiento, falta de entendimiento, bulos y mitos, afrentas históricas de la ciudad al campo... Todos ellos se aglutinan y destilan en la decisión de prohibir la caza del lobo a nivel nacional.
El sector ganadero reclama vivir dignamente, sí, pero la dignidad también es sentirse escuchado.