Economía

El problema de la leche y el café a la española

14/05/2019

Por Jesús López Colmenarejo, director ejecutivo

A mediados del mes de abril se ha firmado el convenio de colaboración entre la Organización Interprofesional Láctea (Inlac) y el Ministerio de Agricultura, cuyo objetivo básico es relanzar el sector lácteo español durante los próximos dos años.


A priori, este convenio parece una buena iniciativa, ya que podría servir para desarrollar áreas en las que aún estamos muy por detrás de otros países europeos. Estas áreas de mejora se podrían englobar en dos grupos: por un lado las acciones dirigidas a fomentar mercados y, por otro, aquellas medidas que servirían para afianzar relaciones estables y equilibradas entre los diferentes integrantes del sector lácteo. Entre las medidas de mercado se encuentra, por ejemplo, la necesidad de desarrollar aspectos regulatorios que agilicen nuestras exportaciones (aún muy burocráticas), además de otras que permitan adaptar aún más nuestros productos lácteos a los gustos cambiantes del consumidor. En ambos casos son estrategias que permitirían aumentar el consumo, “aquí o en la China”. Con visión nacional, es esencial frenar la caída del consumo de lácteos, algo que Inlac ya está encarando mediante la promoción de productos lácteos de valor añadido, como los quesos. En materia de mercados exteriores, quizás nos tocaría aprovechar más la imagen de alta calidad de los lácteos de la UE para abrir fronteras de terceros países. En este sentido, se están haciendo más cosas de las que el sector cree, pero seguimos muy por detrás de otros socios de la UE, como Alemania u Holanda, que cuentan con la ventaja de la dimensión de sus industrias.
El segundo grupo de medidas que promoverá el convenio de colaboración está integrado por aquellas dirigidas a equilibrar las relaciones entre los diferentes integrantes del sector lácteo, y este concepto es el que me anima a escribir este editorial.

Ayudar a marcar unas reglas del juego que sean justas para que el sector lácteo avance en su conjunto es algo necesario. Permitir que un eslabón crezca a costa de otros será simplemente una muerte del sector a largo plazo, con las consecuencias sociales, económicas y medioambientales que esto implicaría para nuestro medio rural. Eso sí, tengo la sensación de que el eslabón productor tiene un poco más por hacer en este sentido que la industria o la distribución. Nadie duda que nuestras explotaciones lecheras han evolucionado en dimensión y tecnología mucho en los últimos años, y nunca van a parar de hacerlo, como una bicicleta en la que te caes si dejas de pedalear.
Y aunque muchos ganaderos creen que el problema está en los ingresos que reciben, lo que debería preocuparles es el margen de beneficio entre sus costes e ingresos, el beneficio de sus explotaciones. ¿Y entonces, cuál es el modelo de éxito que permitiría a nuestras granjas maximizar este beneficio?, ¿hay que apostar por macrogranjas y altas producciones o deberíamos apostar por pequeñas explotaciones con venta de proximidad?, ¿deberían estar todas las explotaciones en cooperativas o se debería optar por un modelo de integración como ocurre en porcino o pollos?, ¿se debe negociar con compradores cambiantes buscando precios o es más adecuado “casarse” con una industria que pague de forma más estable?
El modelo de éxito del sector lácteo me recuerda a cómo tomamos el café. Cuando en España se junta un grupo de personas a desayunar a veces hay tantas formas diferentes de pedirlo como personas en la mesa (corto, manchado, con leche, solo, capuchino, solo largo, americano...) algo por lo que los extranjeros nos miran con sorpresa y extrañeza.
Pues eso, la rentabilidad de nuestras explotaciones lecheras no tiene una única fórmula de éxito, pero si no te sienta bien el café solo, no te quejes y prueba a pedirlo con leche.

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