Economía

La carne y el síndrome de la rana hervida

05/07/2021

Por Jesús López Colmenarejo, directo ejecutivo.

Para los que no lo conozcan, el "Síndrome de la rana hervida" es una analogía que sirve explicar cómo los daños que se producen a causa de un problema pueden no ser percibidos con la anticipación necesaria para revertirlos.

El escritor suizo Oliver Clerc explica la situación de una rana en un puchero lleno de agua, que se va calentando lentamente. La rana puede regular su propia temperatura corporal y con un calentamiento del agua suficientemente lento y progresivo, el animal no se dará cuenta del peligro, y cuando sea consciente de él, no tendrá energía suficiente para saltar porque la habrá gastado en regular su propia temperatura para adaptarse al agua.

Todo esto no hubiera ocurrido si la rana hubiese entrado en el puchero con el agua hirviendo ya que habría saltado al percibir el peligro evidente.

Pues bien, en mi opinión el sector ganadero tiene su propio síndrome de la rana hervida.

No hay día en el que no veamos cómo en los medios de comunicación surgen informaciones parciales, medias verdades o directamente falsedades sobre las producciones ganaderas. Las más comunes son que la ganadería usa casi toda la superficie agrícola del mundo, que los rumiantes emiten la mayor parte de los de gases de efecto invernadero que amenazan la Tierra o que la ganadería consume muchos de los recursos hídricos del planeta.

La sociedad occidental está buscando culpables a la acción del ser humano sobre la Tierra y aunque no seamos ni de lejos la principal causa del problema ambiental, la producción de alimentos de origen animal es la víctima ideal y el chivo expiatorio de muchas conciencias "cómodas".

Parece que finalmente, como la rana, el sector se ha dado cuenta del problema que se nos avecina con el juicio a la ganadería y sus producciones, y contraatacamos (estudios científicos, divulgación, campañas de comunicación...) para intentar hacen ver a la sociedad que no todo es lo que le quieren hacer creer.

Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿cómo se ha ido calentando el agua de nuestro puchero?

Hay factores que no han dependido únicamente de nosotros, como la brecha entre los consumidores y los animales de producción, de la que ya hemos hablado en estas páginas, pero hay otros en los que como sector ganadero-alimentario tenemos gran parte de responsabilidad.

Llevamos décadas dulcificando la apariencia de los alimentos de origen animal, haciendo que cada vez parezca menos que proceden de animales. Si miramos atrás y recordamos aquellas carnicerías del siglo pasado en las que había animales colgados y damos un paseo por un supermercado de hoy en día, veremos la brutal evolución que hemos tenido.

Únicamente quedan, casi como anacrónicos (quién sabe hasta cuándo) las canales enteras de conejo o los cochinillos, que se diluyen en un mar de barquetas de colores y formas entre las que siempre me viene a la cabeza un "burguer meat" con forma de silueta de Mickey Mouse que llamó mi atención hace unos años.

Queremos carne que no parezca carne, igual que nos gusta vivir con perros que no se comporten como perros.

Si nuestros productos cárnicos se diferencian entre sí cada vez más por los aditivos y salsas que les añadimos, si le damos importancia al envase y no tanto al contenido, si ocultamos que los animales han tenido que morir (sí, morir, como todo ser vivo en la faz de la Tierra), ¿qué nos impide ser sustituidos, suplantados o demonizados por otros alimentos que buscan nuestro hueco?

Bueno, hay que ser optimista y espero que aún tengamos fuerzas para saltar del puchero.

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