16/11/2020
En mi opinión, algo parecido ocurre con nuestras cooperativas, unas grandes herramientas que los ganaderos (sus propietarios) no siempre parecen valorar adecuadamente.
Las cooperativas españolas facturan más de 34.000 millones de euros, y esta gran fuerza de ventas quizás pudiera ser el contrapunto que los productores necesitan frente al poder de industria y distribución. El reto está, eso sí, en su dimensión, ya que de las más de 3.000 cooperativas españolas, unas 2.000 facturan menos de cinco millones de euros y más de un millar, menos de 600.000 euros.
Pero facturar no es lo único importante. Me viene a la cabeza cuando en nuestro evento Innagrotables, en 2018, Rafael Sánchez Olea, gerente de Cobadú, nos explicaba el caso de éxito de su cooperativa, de cómo habían pasado de 380 socios en 1982 a los más de 10.500 socios actuales y de cómo su facturación anual pasó de menos de 2 millones a más de 275 millones de euros anuales en menos de 40 años. Y ¿qué sería de la provincia de Zamora sin Cobadú? Quizás se hubiera agravado, y mucho, la sangría poblacional de los últimos 20 años en Zamora, en los que ha perdido un 15% de su población.
Otro tanto ha podido ocurrir con la cooperativa cordobesa Covap, referencia agroalimentaria en productos ganaderos en Andalucía con ventas anuales de 476 millones de euros. ¿Qué sería del Valle de los Pedroches sin su existencia? ¿Cuánto ha influido su desarrollo en el tejido social de la comarca? ¿Mucho o muchísimo?
1.033 millones de euros fueron las cifras pre-Covid de la cooperativa ourensana Coren, que ha evolucionado de la producción exclusiva de pollos a diversificar en porcino, vacuno, huevos y pavos. Hoy sus mercados exteriores y su apuesta por China suponen que las exportaciones sean un 16,5% de su facturación. Su influencia social es indudable.
Todos sabemos que no todos los casos cooperativos son tan modélicos, pero el sector ganadero avanza inexorablemente en su profesionalización, y los órganos de gestión de las cooperativas también, porque son el espejo en el que se miran sus socios, para bien y para mal.
Legalmente, la relación entre el ganadero y su cooperativa se define como mutualista y no mercantil, el socio entrega su producto a la cooperativa y no hay una venta, sino una puesta a disposición del producto para que la cooperativa saque el mayor valor añadido posible del mercado. Por ello, si la gestión que se lleva adelante no se valora como adecuada, en la mano del cooperativista (a través de los procesos de elección internos) está la elección de responsables que la lleven a cabo adecuadamente, porque la cooperativa es de cada socio.
Evidentemente es legítimo y más sencillo delegar el valor añadido de nuestros productos en empresas terceras, pero entonces no nos quejemos porque los márgenes de negocio desde nuestras granjas al consumidor son descabellados, porque ya no será algo de nuestra incumbencia.
Quizás la producción ganadera del futuro sea un juego de equipo y tuviera razón “Magic” Johnson cuando decía: “No preguntes qué puede hacer por ti el equipo. Pregunta qué puedes hacer tú por él”.